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Entre lo urgente y lo necesario

Pese al ajuste fiscal que viene concretándose, especialmente desde el año 2018, Argentina no logró aún sanear sus cuentas fiscales y el desafío sigue vigente. La pregunta principal radica en cuál será la manera de alcanzar el equilibrio fiscal (y luego superávit) que el país necesita para afrontar los compromisos externos y además ofrecerle la estabilidad a la economía que desde años carece.

A diferencia de fines de 2015, el déficit primario se acotó considerablemente, haciendo que las necesidades de seguir ingresando al mercado internacional de deuda se redujeran notoriamente, pasando de un déficit de 4,8% del PBI a uno de 1% a fines de este año. Sin embargo, en el déficit total la baja no es tan prominente (-2,8 p.p.), y finalizaría en este año en el orden de 4% del PBI. Una similitud con dicha época y con la que finaliza este gobierno también, es la imposibilidad de renegociar su deuda tras haber quedado fuera de los mercados internacionales, con un Riesgo País por encima de los 2.000 puntos y un default técnico selectivo de sus compromisos de corto plazo. Acotando aún más los canales de financiamiento futuro.

El estancamiento de la economía sumado a la aceleración de la inflación de los últimos meses y la incertidumbre de cuan corregible será este fenómeno, derivó en una fuerte caída de la demanda de dinero, encontrándose en un nivel comparable a los de la crisis de 2009. En este contexto, recurrir a la emisión monetaria para solventar los gastos puede derivar en una espiralización de la inflación, que podrá ser contenida en el corto plazo por un cepo cambiario, pero que en el largo plazo deja de tener efecto si se descree que ese valor del dólar será sostenible.

Luego del reperfilamiento de la deuda de corto plazo, el desafío más próximo es hacer frente a la ejecución de gastos primarios, que resultan más abultados que los compromisos de deuda. Asumiendo para fin de este año un déficit próximo al 1% del PBI, la emisión monetaria responde a $219.598 millones, mientras que el pago total de deuda se acerca a $135.000 millones, de la cual la intra-sector público puede refinanciarse independientemente del contexto. Es decir, aproximadamente 20% de la base monetaria debería ampliarse de acá a fin de año.

Para el año próximo, y bajo ciertos supuestos en donde la actividad económica no tendrá un buen desempeño, y tampoco se alcanzará el equilibrio fiscal (-1,5% del PBI), solo la emisión monetaria para solventar el gasto primario representará este 25% de la base monetaria, mientras que los compromisos de deuda responden a prácticamente el 80% de la base monetaria, donde radica el principal problema.

Esto da a entender que la situación de 2020 es ciertamente delicada y requiere atenderla con urgencia. Argentina deberá presentarle al mundo un programa macroeconómico y financiero que sea creíble para que se le vuelva a abrir alguna ventana de respiro respecto a sus compromisos de deuda, que de tener un mercado abierto podría ser manejable, pero hoy no es el caso. A partir de ello, la consolidación fiscal será una pieza clave de los requerimientos que le solicitarán a nuestro país quienes hayan financiado el déficit previamente y los que eventualmente lo hagan en el futuro.

El acuerdo de precios y salarios que el gobierno prevé ejecutar no ha tenido resultados favorables a lo largo de nuestra historia y en gran parte tuvo que ver por las inconsistencias técnicas de fondo detrás de ese pacto. Servirá para poder aplacar la nominalidad de la economía que hoy corre con una velocidad vertiginosa, pero eso no será suficiente para consolidar el equilibrio. Seguramente la indexación de los ingresos vía retenciones sea el instrumento para recuperar ingresos de corto plazo, pero choca con la lógica de largo plazo de aumentar las exportaciones, algo que Argentina necesita para no caer en su eterna trampa de crecimiento. Revisar la cuenta de gastos parece ser el desafío menos deseado, pero probablemente sea el más necesario.

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