Invecq Consulting

La actual administración termina el mandato habiendo empeorado notablemente la situación macroeconómica en todos sus aspectos: deja un déficit fiscal inercial de 6 puntos del PBI; un entramado cambiario enredado y complejo, con múltiples tipos de cambio y restricciones; el dólar oficial más bajo de los últimos ocho años; reservas netas negativas en casi US$ 11.000 millones; una economía desmonetizada y pasivos remunerados en niveles récord; y una inflación corriendo al 250% anual, con muchos precios reprimidos. La tarea del próximo gobierno es sumamente desafiante y el éxito de un plan de estabilización no está garantizado. La Argentina presenta un mediano plazo alentador, pero para ello primero deberá atravesar meses muy complejos.

Frente fiscal

El gobierno de Alberto Fernández recibió un déficit primario de 0,4% del PBI -el menor desde 2010-, y de 3,8% incluyendo el pago de intereses. En el primer año de mandato hubo un marcado deterioro (llegaron a 6,4% y 8,4%, respectivamente), pero producto de una situación atípica como la pandemia.

En 2021 el desequilibrio se achicó, pero igualmente fue muy alto: el rojo primario fue 3% [1] del PBI, y el total 4,5%. Este resultado se explica, principalmente, por lo ocurrido durante la última parte del año, cuando se desplegó el primer “Plan Platita”: si se compara con 2016-2019, el gasto primario fue 5,7% superior en agosto-diciembre [2] (con picos de +11% y +7,5% en octubre y noviembre), cuando venía de ser 4,8% inferior en enero-julio.

Por su parte, durante I-S 2022 se siguió con la dinámica del cierre de 2021, y las erogaciones primarias crecieron por encima de la inflación en todos los meses (+11% i.a. en promedio). La situación cambió tras el desembarco de Massa en Economía: los gastos antes del pago de intereses cayeron en términos reales de manera ininterrumpida (-9,5% i.a. en promedio), y el año cerró con un déficit primario de 2,4% (total de 4,2%).

Cabe destacar que gran parte del ajuste se explicó por las Prestaciones Sociales: el índice de movilidad aumenta en base a una “nominalidad pasada” (recursos tributarios, salarios), por lo que una aceleración inflacionaria -como la que ocurrió desde julio 2022- licúa dichas partidas.

Por último, 2023 también estuvo “partido en dos”. En la primera parte del año los gastos siguieron creciendo por detrás de la inflación, pero la caída de los ingresos -explicada principalmente por la sequía- deterioró las cuentas fiscales; situación que se agudizó tras las PASO, ya que el ministro-candidato puso “toda la carne al asador” y lanzó una nueva edición del “Plan Platita” por el equivalente a 1,5% del PBI. De esta manera, el déficit primario cerraría el año en 3% y el total en 5% PBI -lejos del 1,9% acordado con el FMI-, dejando un rojo fiscal inercial de 6 puntos para 2024.

Frente cambiario

El BCRA administró la evolución del tipo de cambio (crawling-peg) desde el inicio del mandato. Como en casi todos los meses la devaluación corrió por detrás de la inflación, el dólar oficial se atrasó 33%: pasó de $546 -a precios de hoy- a $364. En términos reales, es el tipo de cambio más bajo de los últimos ocho años.

Este “pisado” derivó en constantes presiones cambiarias, que el Banco Central buscó contener mediante el endurecimiento de las restricciones (de acceso al MULC [3] pero también a las operaciones bursátiles -MEP/CCL-), y “devaluaciones encubiertas” (“Dólar Soja”, “Dólar Agro”, etc.).

El recrudecimiento de los controles se tradujo en una brecha cambiaria muy alta, que fue creciendo con el pasar de los años: promedió 70% en 2020, 80% en 2021, 100% en 2022 y 108% en los primeros once meses de 2023; pero con mucha volatilidad, alcanzando picos de más de 200%. A precios de hoy, los dólares alternativos llegaron a estar a más de $1.300. En el interín, el BCRA sacrificó reservas interviniendo en las cotizaciones paralelas.

Como era esperable, el “cóctel” atraso cambiario y endurecimiento del cepo derivó en un notable deterioro del balance del BCRA: las reservas brutas (netas) pasaron de US$ 43.785 M (US$ 10.800 M) a US$ 21.208 M (US$ – 10.900 M); es decir, se perdieron más de US$ 20.000 M en tan solo cuatro años. Si bien no debe menospreciarse el impacto de la sequía en 2023, el saldo de la balanza comercial 2020-2022 fue superavitario en más de US$ 34.000 M, dejando a las claras que esta sangría se explica por el desmanejo macro.

Frente monetario

En el frente monetario hubo, por un lado, una importante contracción de los medios de pago (la gente se “saca los pesos de encima” ante la creciente inflación). A modo de ejemplo, el M2 privado transaccional se contrajo casi sin interrupciones desde comienzos de 2022 (-25,5% en lo que va de 2023), evidenciando en noviembre 2023 la mayor caída mensual de los últimos 20 años (-8,6% s.e., a precios constantes). En términos del PBI, tocó mínimos históricos el mes pasado (6,4%).

Por otro lado, hubo un notable crecimiento de los pasivos remunerados del Banco Central, que ya representan tres Bases Monetarias (cuando la “bola” de Lebac tocó su máximo en abril 2018, dicho ratio era de 1,75x). Esta expansión tiene varios factores detrás: la necesidad de esterilizar el financiamiento directo al fisco -una constante desde 2020-; un stock de plazos fijos que, pese a la caída de los últimos meses, se mantuvo estable y en línea con el promedio 2010-2019 (si no fuera por el cepo, el nivel sería menor); y la importante suba de tasas, que retroalimenta el stock de pasivos (aunque expost no sea una tasa real positiva).

Inflación

En 2020 la inflación fue 36% anual (vs. 53,8% en 2019), como consecuencia del “parate” económico ocasionado por la pandemia y la cuarentena, y por la inercia de la política monetaria restrictiva de septiembre 2018-2019. Al año siguiente, tras la normalización gradual de la actividad, el IPC General creció 50%, en línea con la tasa de 2019.

El panorama cambió totalmente en 2022, y en particular durante 2023: la acumulación de desequilibrios, el constante “atado con alambres”, y la discrecionalidad de la política económica se tradujo en una notable suba de precios. Así, la Argentina ingresó en un nuevo régimen inflacionario: se pasó de una inflación promedio mensual de 3,5% en 2021, a 5,3% en el primer semestre de 2022 y 6,2% en el segundo; y, finalmente, a 7,0% en enero-julio 2023, y 11,4% en los últimos cuatro meses [4]. En términos anuales ya corre al 160%, valores que no se observaban desde 1990-1991.

A su vez, lo anterior se dio en un contexto de congelamiento de precios claves para la economía (dólar, tarifas de los servicios públicos, entre otros), que generó una creciente distorsión de precios relativos, y que se traducirá en una mayorinflación futura (si la idea es avanzar en un plan de estabilización, necesariamente deben corregirse estas distorsiones).

Comentarios finales

La próxima administración recibirá una pesada herencia, en todos los frentes: un rojo fiscal total inercial de 6 puntos del PBI; un entramado cambiario enredado y complejo, con múltiples tipos de cambio y restricciones; el dólar oficial más bajo los últimos ocho años; reservas netas negativas en casi US$ 11.000 millones; una economía desmonetizada y pasivos remunerados en niveles récord; y una inflación corriendo al 250%, con muchos precios reprimidos.

La tarea es sumamente desafiante y el éxito de un eventual plan de estabilización no está garantizado. La Argentina posee un mediano plazo alentador, pero para ello primero deberá atravesar uno meses muy complejos, mucho más inflacionarios, de mayor volatilidad y tensión social.


[1] Se excluyen los ingresos por rentas en todo el análisis.

[2] A precios constantes.

[3] Mercado Único Libre de Cambios.

[4] IPC Invecq: 11,9% m/m en noviembre.

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