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En las últimas semanas, el gobierno consolidó un camino que había comenzado lentamente desde hace tiempo: la radicalización de su política exterior. La salida del Grupo de Lima fue el puntapié de lo que luego sería una postergación de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, tras admitir la imposibilidad de devolver el crédito obtenido, para luego coronar la reunión por los 30 años del Mercosur con la frase: “Si es un lastre, lo más fácil es abandonar el barco”, ante las palabras del presidente de Uruguay, que hacían alusión al bloque y no a la Argentina.

A pesar de que todo está tomando una gran velocidad y difícilmente puedan separarse las partes, vamos aquí a hacer foco en el último de los puntos mencionados. Desde hace tiempo que el Mercosur no cumple satisfactoriamente la función para la cual fue creada, que es consolidar un grupo de países parte para propiciar un espacio común que generara oportunidades comerciales y de inversiones a través de la integración competitiva de las economías nacionales al mercado internacional.

Podríamos ordenar los diferentes cuestionamientos que existen hacia el bloque en tres fundamentales. En primer lugar, la unión aduanera resulta imperfecta e ineficiente en términos de desarrollo competitivo dado sus elevados aranceles y el escalonamiento relativamente alto en insumos y bienes intermedios. Luego, que el relacionamiento del Mercosur es débil: tiene pocos acuerdos comerciales y divergencia entre los objetivos de inserción internacional. Por último, que el espacio intrazona continúa presentando dificultades de acceso, escasa integración a partir de políticas fiscales y sectoriales divergentes que distorsionan la competitividad y sectores fuera del libre comercio o comercio administrado.

Para destacar este fenómeno por lo menos en términos comerciales, es posible evidenciar que el bloque ya no es lo que era hace unos una década en materia de exportaciones y mucho menos en la representación que tiene intrazona. Habiendo alcanzado un pico de exportaciones de casi US$ 450.000 millones, al cierre del año previo, ese número se contrajo 38% y si se lo compara con 2019, sin el efecto de la pandemia, la baja alcanzaba 28%. Incluso más, el comercio entre países miembros representó en aquel entonces el 13,8%, mientras que ahora se redujo hasta 9% sobre el total.

Incluso para la Argentina en particular este resultado sigue la misma tendencia. En 2011, cuando nuestro país tuvo el pico de exportaciones del actual siglo, el 27% se destinaba al Mercosur, mientras que en 2019 solo el 14%, lo que se profundizó aún más (11,2%) al cierre de 2020, con solo US$ 6.300 millones de exportaciones al bloque.

En sintonía con lo anterior, el Mercosur es hoy el bloque regional con menor ratio de exportaciones medidas sobre PBI a nivel global, alcanzando un total del 14,9%, mientras que en promedio en el mundo es de casi 20 puntos más.

¿Es Argentina el lastre?

Si bien estas no fueron las palabras a las cuales hizo alusión el presidente de Uruguay, el presidente Alberto Fernández recogió el guante e invitó a bajarse del barco al resto de países miembro.

Lo cierto es que, dentro del grupo, hoy Argentina es el que mayor cantidad de productos importa desde el bloque. El 26% de sus importaciones provienen desde ahí, mientras que exporta solamente el 11%. Es también el país que cobra el mayor arancel en promedio y el que más tarda tanto en la realización de trámites para exportar como para importar, por su múltiples trabas burocráticas. Cabe destacar que en Latinoamérica este guarismo no es mejor, por lo que tiende a ser una zona con mucho para crecer en términos comerciales, como muestra la comparación con la OCDE.

Argentina además se ve favorecida principalmente por el acuerdo a partir de su relación bilateral con Brasil, donde a pesar de exportar cada vez menos, sigue siendo cerca del 16% y representa un 32% del total de exportaciones hacia el Mercosur. Por otro lado, al sumar la exportación de cereales al bloque (18% del total), son dos los productos que acaparan la mitad del total exportado. En términos de demanda, China es hoy el principal importador del Bloque con un total de 26% sobre el total, mientras que Estados Unidos representa solamente el 8%. Una relación que se invirtió completamente desde inicios de siglo, donde Estados Unidos era el principal importador.

Lo anterior no es trivial dado que las importaciones de mayor valor agregado y de mayor complejidad industrial se dan en el comercio intrazona, mientras que las destinadas al resto del mundo. Por lo que una salida del bloque del resto de los países miembros podría ser contraproducente para la Argentina por su estructura burocrática y arancelaria actual.

Es más que lógico que frente a este panorama de pérdida de competitividad en todo el bloque, como se marcó anteriormente, todos los países miembros estén buscando alguna flexibilización de los actuales estándares de Unión Aduanera, que solo representan el 5% del total de acuerdos regionales a nivel mundial, dado que hoy se priorizan los acuerdos de mayor dinamismo.

Dado este escenario es posible que esta discusión se encause de diferentes formas. La primera es que efectivamente los países miembros “abandonen el barco” y rompan unilateralmente la relación con la Argentina y tratar de regenerar el vínculo con Brasil para no perder esa fuente comercial. Esto llevaría per se a una reducción de los aranceles de la región, que es lo que se busca y llevaría a que la Argentina en el largo plazo a hacer algo similar, abriendo sus fronteras aún más (o aislarse aún más, grave escenario). La segunda opción es sostener el bloque a cambio de realizar concesiones a la baja en el Arancel Externo Común (AEC) y permitir flexibilizar las negociaciones bilaterales sin quedar ligado a las decisiones del bloque enteramente. Cualquiera sea la salida elegida o impuesta, un escenario de Argentina integrada en el mundo significará la necesidad de mejorar sus estándares de competitividad y estabilidad macroeconómica para no quedarse fuera de la carrera del comercio internacional.

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