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Menos crecimiento y más inflación

A inicios del año, el consenso general compartido tanto por el gobierno como por los analistas era de un crecimiento algo mayor que el del año pasado y una tasa de inflación que rondaría el 20%, descendiendo unos 5 puntos porcentuales respecto a la marca del 2017. Es decir que el 2018 estaría caracterizado por una economía con más crecimiento y menos inflación: un escenario ideal.

Sin embargo, en la primera mitad del año tuvieron lugar distintos acontecimientos que tendrán consecuencias negativas en ambos frentes: el del crecimiento y el de la evolución de los precios. La gran sequía, que afectó el rendimiento y la producción de los dos principales cultivos de la Argentina de una manera pocas veces vistas en la historia (se perdieron unas 20 millones de toneladas y unos 8 mil millones de dólares), implicó una reducción en las previsiones de crecimiento para todo el año de un punto porcentual.

Al tiempo que el mercado estaba terminando de digerir los efectos de una menor disponibilidad de divisas comerciales como consecuencia de una menor cosecha, se acumularon una serie de factores internos que junto con un mundo algo más inestable generó las condiciones para un escenario de fuerte volatilidad cambiaria en el mercado local. Si bien la suba del rendimiento de los bonos americanos resultó en una reversión de capitales hacia todos los países emergentes, los efectos sobre las monedas de distintos países no fueron idénticos. Aquellos países con mayores desequilibrios macroeconómicos (fiscales, monetarios y externos) se vieron afectados con más intensidad, tal como lo demostraron las monedas de Argentina y Turquía.

En los primeros cinco meses del año, la cotización del dólar en el mercado local aumentó algo más de un 30%, hasta estabilizarse (temporalmente) en los 25 pesos por dólar. Este movimiento abrupto, y desalineado con la meta inflacionaria para todo el año, tiene efectos directos sobre el nivel de precios agregado. Pero los efectos no se detienen ahí. Por un lado, siempre y cuando se mantenga el nivel de tipo de cambio real alcanzado en el mes de mayo, un dólar más alto puede colaborar en el sector externo dotando de mayor competitividad a la economía argentina y ayudando a detener el deterioro del balance comercial. Pero, en el corto plazo, también habrá efectos negativos sobre el salario real y el consumo. Con paritarias que cerraron en el orden del 20% (aunque se anuncien al 15% con la letra chica la gran mayoría están más cerca de 20%), esta aceleración inflacionaria hará disminuir el poder adquisitivo en el corto plazo por lo que el crecimiento del año 2018 se vería deteriorado vía un menor consumo.

Con números concretos, la expansión del PBI que inicialmente se esperaba en un 3,3% interanual hoy se ubica en el 1,4% y la inflación, que rondaría el 20%, hoy la vemos más cerca del 26,5%. Es decir que el crecimiento será menor que el registrado por el INDEC durante el año pasado, y la inflación será mayor. Esto implica una clara interrupción en el camino virtuoso que el programa económico dibujaba en el horizonte: un camino de inflación descendente y de crecimiento sólido y constante a tasas superiores al 3%.

A modo de consuelo, y con un poco de ayuda de la estadística (por el arrastre del año pasado y no por una manipulación de los números reales), el gobierno aún podrá mostrar una promesa cumplida: terminar con el proceso de crecimiento en los años impares y caída en los pares. El bienio 2017-2018 todavía sería el primero en acumular crecimiento neto desde el año 2011.


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